Perdón entre niños

Cuando era niña y peleaba con mi hermano, mis padres nos llevaban a la conciliación y perdón obligatorio. Cada vez que entre nosotros algo se salía de carril, venía el «pídele perdón» de mi mama. Entre dientes y nada convencidos, después de mucho esfuerzo lo decíamos. Claro que al rato volvíamos a la misma discusión y la acusación: «él no se arrepintió porque…».

Cuando nosotros perdonamos a alguien no tenemos por qué andar sacando en cara lo que nos hicieron. ¿Acaso no lo perdonamos ya?… ¿Por qué andar recordándole cada vez que se puede lo que nos hizo? Eso es ser injusto. El Señor no nos recuerda nuestros pecados, al contrario, Dios olvida nuestros pecados y nos hace nuevas criaturas.

Los dos deudores

Meditar sobre el perdón —que injustamente no otorgamos— me lleva a la Palabra de Dios, especialmente, al pasaje del siervo que fue perdonado, pero que no quiso perdonar (Mateo 18:21–35 RVC).

Entonces se le acercó Pedro y le dijo: «Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces debo perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» Jesús le dijo: «No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»

Por eso, el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Cuando comenzó a hacer cuentas, le llevaron a uno que le debía plata por millones. Como éste no podía pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con su mujer y sus hijos, y con todo lo que tenía, para que la deuda quedara pagada. Pero aquel siervo se postró ante él, y le suplicó: «Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.» El rey de aquel siervo se compadeció de él, lo dejó libre y le perdonó la deuda. Cuando aquel siervo salió, se encontró con uno de sus consiervos, que le debía cien días de salario, y agarrándolo por el cuello le dijo: «Págame lo que me debes.» Su consiervo se puso de rodillas y le rogó: «Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.» Pero aquél no quiso, sino que lo mandó a la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando sus consiervos vieron lo que pasaba, se pusieron muy tristes y fueron a contarle al rey todo lo que había pasado. Entonces el rey le ordenó presentarse ante él, y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné toda aquella gran deuda, porque me rogaste. ¿No debías tú tener misericordia de tu consiervo, como yo la tuve de ti?» Y muy enojado, el rey lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con ustedes, si no perdonan de todo corazón a sus hermanos.

El perdón y el gozo: hay una conexión

La falta de perdón es una de las razones por la cual las personas no pueden experimentar el gozo total en sus vidas. Por lo general, quienes no perdonan y alimentan algunos sentimientos negativos hacia aquellos que pecaron contra ellos, son personas amargadas, enojadas, impulsivas, que cualquier cosa que ocurra hace que exploten.

El Espíritu de Dios no se puede mover libremente en la vida de una persona que no perdona. Cuando Dios te llamó, te hizo libre. Esa libertad la tienes que cuidar para siempre. Cuando no perdonas, eres esclavo de esa persona a la cual no puedes perdonar. Y esclavo porque cada cosa que te pase, similar a lo que te sucedió con esa persona, traerá a tu mente la imagen de la persona a la que no puedes perdonar.

Tú eres la persona más perjudicada, porque tú y nadie más que tú anida todavía esos sentimientos de falta de perdón. ¿Por qué te sigues esclavizando a la falta de perdón?… Hoy es un buen día para perdonar de verdad, para entender que no necesitas que te pidan perdón como para perdonar a esa persona que tanto daño quizá te hizo y que puedes hacerlo por tu decisión propia y dejar de acusar para vivir en libertad.