¡No creas todo lo que oyes!

Recuerdo un momento al inicio de mi matrimonio que escuché una charla en la cual un «sabio» decía que no debíamos poner sobre nuestros esposos la carga de ser nuestro mejor amigo, argumentaba que no sería saludable para la relación conyugal. Pero la memoria más intensa fue cuando le anuncié a mi esposa que no la consideraba mi mejor amiga, porque… No importaron las diferentes explicaciones que le diera, porque por mis palabras significaron para ella un golpe muy fuerte. Siempre me consideraba su mejor amigo. Hace poco, ¡después de más de treinta años, ella mencionó esa conversación!

Aprendí algo importante—¡no creas todo lo que oyes! Muchas veces desde esa catástrofe le he asegurado a mi esposa que ella es mi mejor amiga, la persona con quien quiero pasar el tiempo y mi vida.

¿Pero puede haber otro rival?

Pero, ¿qué hago si se presenta otro rival? No hablo de nada inapropiado. Me refiero a quien quiere ser mi mejor amigo. ¿Quién será? Jesús. Y, ¿qué diría mi esposa si le digo que Jesús es mi mejor amigo? Parece raro, pero te aseguro que mi esposa estaría feliz, contenta y completamente de acuerdo.

Cuando nos conocimos en la universidad, el mejor amigo de esa jovencita—ahora mi esposa—era Jesús. Ella llegó a conocer a Jesús íntimamente a la edad de 16, y amarle y servirle era el deseo principal de su vida. En cambio, yo nací y me crie en un hogar evangélico, pero mi relación con Jesús no era tan íntima como la de ella. Para mí, vivía con algo de temor y preocupación que iba a hacer algo que me llevaría a un destino lejos de Dios. Gracias a Dios, aprendí mucho de mi esposa en cuanto a cómo amar más a Jesús. Y cuánto más crecí en mi relación con Jesús, más profunda era la relación entre nosotros dos.

Jesús me escogió y me amó primero

Una lección muy importante que sigo aprendiendo: Jesús me ama a mí primero y mi relación con él es sencillamente responder a él con corazón abierto a su amor. Jesús les dijo a sus discípulos:

«Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes. El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho. Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre.» (Juan 15:12–16)

El iniciador de la relación que tengo con Jesús es Jesús mismo. Cuando siento el deseo de acercarme a él, es porque él me está buscando. Al principio de nuestra relación parece que siempre fue él quien tomaba la iniciativa de interactuar. Poco a poco mi forma de responder es más apropiada y consistente. Es difícil medir cuánto tiempo demora madurar en la relación, pero a cierto punto, el deseo de reciprocar llega a ser mi máximo deseo.

Como en toda relación hay altibajos. Sigo siendo muy humano, un pecado me separó de mi mejor amigo. La confesión restaura nuestra relación y con su ayuda busco no herirle otra vez de la misma manera. Una cosa es cierta, cuanto más tiempo invierto en la relación más quiero seguir en esa relación, y ¡más me parezco a él! Me entusiasma el pasaje de 1 Juan 3:2–3:

Queridos hermanos, ya somos hijos de Dios. Y aunque no se ve todavía lo que seremos después, sabemos que cuando Jesucristo aparezca seremos como él, porque lo veremos tal como es. Y todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, de la misma manera que Jesucristo es puro.

En este nuevo año busco aumentar el tiempo que paso con mi mejor amigo. ¿Y tú?