Cuando un hombre y una mujer se encuentran, se gustan, se enamoran y deciden caminar juntos por la senda del matrimonio acuerdan en el amor diversas acciones y compromisos que a diario necesitamos recordar y renovar. Por supuesto, debe haber cierta flexibilidad para cambiar cuando ya no son funcionales al pacto matrimonial, a la familia y a las situaciones que surgen a diario. 

Quizás uno de los acuerdos que acompañarán toda relación, no sólo la conyugal, es la paciencia. Es uno de los frutos del Espíritu Santo y lleva un tiempo cultivarla. Como los árboles necesitan agua y nutrientes, los cónyuges que cultivan paciencia necesitan nutrirse de la Palabra de Dios, el agua del Espíritu y de la honestidad en el corazón que dejará paulatinamente la impaciencia y la convertirá en acción.

Santiago 1:2-4 dice: Hermanos míos, ustedes deben tenerse por muy dichosos cuando se vean sometidos a pruebas de toda clase. Pues ya saben que cuando su fe es puesta a prueba, ustedes aprenden a soportar con fortaleza el sufrimiento. Pero procuren que esa fortaleza los lleve a la perfección, a la madurez plena, sin que les falte nada. Y la vida de a dos, íntimamente, llevará a pruebas diversas. De carácter, de honestidad, de obediencia, de sujeción, de servicio, de amor, de entendimiento, donde ejercer la paciencia para entender y aceptar al otro es fundamental.

Si miramos al matrimonio desde la perspectiva de Dios descubriremos que el propósito de Dios en el matrimonio es hacernos semejantes a Cristo. Por eso los acuerdos del amor son importantes. Porque mueven el enfoque de los esfuerzos por cambiar al otro colocándolo en el lugar de llegar a ser más semejantes al Señor. Este camino resulta una carrera transitada por dos humanos y el Dios de la vida, que juntos van hacia una meta. Quizás la recomendación en Hebreos 12:1 nos ayude a entender qué sucede cuando buscamos pacientemente ser como Jesucristo: Por eso, nosotros, teniendo a nuestro alrededor tantas personas que han demostrado su fe, dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante.

Ser pacientes también significará ser tolerantes. Hay aspectos que ni usted, ni su pareja cambiarán. Por ejemplo, la forma en que apretamos el pomo del dentífrico. Parece una tontería, pero hay personas que se exasperan tanto que puede llegar a ser un motivo de pelea constante. Usted sabrá que en su acuerdo de amor debe estar el tolerar que el pomo esté apretado de diferente manera de lo que a usted le gusta. Y al ver la próxima vez ese pomo mal apretado, sonría y recuerde que se comprometió a amar todo lo que esa persona significa, aún y también, ¡con el dentífrico!

¡Animémonos!

Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona. Jesús soportó la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte, porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría; y se sentó a la derecha del trono de Dios.

Por lo tanto, mediten en el ejemplo de Jesús, que sufrió tanta contradicción de parte de los pecadores; por eso, no se cansen ni se desanimen. Pues ustedes aún no han tenido que llegar hasta la muerte en su lucha contra el pecado, y han olvidado ya lo que Dios les aconseja como a hijos suyos.

Hebreos 12:2-5a