Proverbios 3:5-6

Confía de todo corazón en el Señor
y no en tu propia inteligencia.
Ten presente al Señor en todo lo que hagas,
y él te llevará por el camino recto.

Hay unos cuantos versículos de la Biblia que por un lado nos dan gran seguridad cuando enfrentamos un futuro inseguro, pero a la vez pueden ser usados en forma indelicada por alguien que quiere consolar a otro que está pasando por una prueba fuerte. El pasaje que está al inicio, junto con Romanos 8:28, caen en esta categoría. Lo que quiero sugerir es que antes de usar estos o cualquier otro versículo, como si fuera una vara mágica para solucionar el problema de alguien, es muy importante escuchar a la persona, sentir empatía con ella y pedirle a Dios cómo poder ayudarle en esa situación difícil.

…Dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado…

Ayer conversé por teléfono con un amigo que siente con todo su corazón que debe salir de su puesto de trabajo y seguir un nuevo camino. En las últimas semanas ha buscado otro empleo sin éxito. En nuestra conversación hubiera podido compartir Proverbios 3:5-6 como algo cierto, pero tal vez no habría sido lo más oportuno ni lo más acertado. Mi amigo tiene esposa y cuatro hijos —mucha responsabilidad— entonces no puede dejar su trabajo de inmediato, ni aceptar un empleo que no le va a permitir pagar sus cuentas.

Sin embargo, pude compartir con mi amigo que hace tres años estuve en una situación parecida. Supe que tenía que salir de mi puesto en aquel entonces, pero también tuve que proveer para mi familia y pagar mis cuentas. Por lo que enfrenté, pude compartir con mi amigo lo siguiente:

«Dios siempre nos contesta en el momento oportuno. Muy posiblemente, antes de que abra la puerta para que salgas de donde estás ahora, hay algunas cositas que tendrás que experimentar y aprender, pero en el momento oportuno Dios te proveerá el nuevo puesto que necesitas».

¿Con qué autoridad le comparto esto? En primer lugar, como mi amigo he invertido tiempo en oración por él, no estoy dándole algo de la Biblia porque me parece bien. En segundo lugar, estoy poniendo en práctica lo que san Pablo nos instruye en 2 Corintios 1:3-4.

Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues él es el Padre que nos tiene compasión y el Dios que siempre nos consuela. Él nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que nosotros podamos consolar también a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado a nosotros. 

Haber vivido algo parecido, me ha permitido compartir con responsabilidad, dar consuelo y, a la vez, el cargo de seguir orando por él. ¡Basta de consejería fácil, no vivida!

Por eso tomo gran consuelo en las palabras de Hebreos 4:15—

Pues nuestro Sumo sacerdote (Jesús) puede compadecerse de nuestra debilidad, porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros; sólo que él jamás pecó.

Jesús nos conoce, nuestra situación no lo toma por sorpresa y le encanta poner a sus hijos en el lugar de estar al lado de otros que pueden ser consolados porque nosotros mismos hemos recibido consolación.