Cuando somos jóvenes y pensamos en formar una familia, suelen aparecer ideas preconcebidas por libros, series de televisión o simplemente nos soñamos una historia propia. Si además somos cristianos, pensamos en una familia según preceptos bíblicos y modelamos un proyecto familiar como alguna familia que se mencione en la Biblia.
A veces pensamos en familias como las de Job, que evidentemente era una familia como cualquiera otra, pero con fuertes lazos, aunque su familia desapareció. O la familia de Adán y Eva, con dos hijos fuertes, hermosos, pero con una característica que aun hoy los hermanos tienen: compiten entre sí.
Jesús tenía una familia terrena interesante. Su madre era una adolescente que concibió por el Espíritu Santo. Su padre, un hombre piadoso que por amor a María estaba dispuesto a dejarla para no deshonrarla. Ambos creyeron en el plan de Dios que les fue revelado y formaron esa familia especial, única e irrepetible. Quizá no era la que soñaron, pero era una familia llena de desafíos. Era la familia del Hijo de Dios en la tierra.
Una vez, cuando fueron a Jerusalén a celebrar la Pascua, Jesús no aparecía en la caravana de regreso. El niño no estaba por ningún lado. Asustados y preocupados, regresaron a la ciudad y lo hallaron entre doctores de la Ley, gente muy preparada en el conocimiento de las Sagradas Escrituras. Jesús discutía con ellos la profundidad del mensaje bíblico, cuando sus padres lo encontraron.
Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando sus padres lo vieron, se sorprendieron; y su madre le dijo:
—Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia.
Jesús les contestó:
—¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no entendieron lo que les decía (Lucas 2:46-50).
Sin duda Jesús fue un adolescente como no hubo otro, y su familia muy particular, pero déjame recordarte que José y María eran seres humanos sencillos, hasta podemos decir que común, como tú y como yo. Enfrentaron los mismos problemas que solemos enfrentar hoy: criar a nuestros hijos, brindarles la mejor educación, bendecirlos cuando deciden irse de la casa, amar a la persona que escogen para formar sus propias familias.
Mira la maravillosa historia. José y María no se quedaron perplejos por el desafío. Lo afrontaron con amor y dedicación. Ellos no sabían cómo ser padres y mucho menos de Jesús. Pero continuaron con amor caminando hacia la plenitud de una familia feliz y que cumpliera aquel papel estelar en la historia de la humanidad. La diferencia entre una familia que fracasa y una que tiene éxito es el compromiso, eso hace que pueda resistir cualquier adversidad. Compromiso significa responsabilidad. Y responsabilidad es salir adelante con la familia tanto en las buenas como en las malas. ¡Te animo a pensarlo y ponerlo en práctica!