Reflexiona:

«Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Vamos a hacer tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra más para Elías».

Piensa:

Hace poco vi una película en la que los personajes vivían en «bucles de tiempo», es decir repitiendo cada día las mismas 24 horas, sin envejecer, ni salirse de la rutina; seguros y sin preocupaciones de eventos inesperados, porque todos los días eran el mismo día, y así estaban aislados del mundo que seguía el curso del tiempo normal.

Después de la película me quedé un momento pensando: si yo tuviera la oportunidad de vivir el mismo día cada día, ¿cuál sería? ¿Qué momento de mi existencia ha sido tan feliz como para querer quedarme ahí para siempre? Y bueno se me ocurrieron varias fechas, pero después, al reflexionarlo con más calma, me puse a pensar en todas las demás cosas que dejaría de vivir: las personas que no conocería, los momentos felices que no podría disfrutar, y caí en la cuenta de que, aunque existe la posibilidad de sufrir, bien vale la pena vivir cada día. ¿No crees?

En el Evangelio de hoy vemos a Pedro emocionado, extasiado ante lo que ven sus ojos, como en shock; su emoción lo lleva a pensar «que bonito está esto, qué cómodo, vamos a quedarnos aquí para siempre».

Muchas veces nosotros podemos sentir lo mismo al estar en un retiro, o un momento de oración; nos invade una paz y un sentimiento de tranquilidad que quisiéramos que no se terminara nunca. Nos emocionamos al sentirnos en presencia de Dios, pero la vida de un cristiano no se trata de buscar la comodidad, no estamos aquí para emocionarnos con Jesús, sino que lo verdaderamente relevante es la acción, lo que viene después de vivir ese momento de encuentro con Dios. La forma en que reaccionamos y ponemos en práctica lo que Jesús nos revela cada día.

Muchas veces pasamos la vida haciendo eventos de caridad, cenas, reuniones, viajes. Pero no nos detenemos en el camino para ayudar al que lo necesita. Buscamos solo la emoción y el reconocimiento de sentir que hacemos algo, pero no lo interiorizamos para hacerlo realidad en nuestras vidas y en nuestras actitudes diarias.

Hoy la invitación de Jesús es a no quedarnos en la emoción del momento, sino a bajar de la montaña y continuar con nuestras vidas con una nueva actitud, acorde a lo que hemos visto y experimentado en ese encuentro con Dios. 

Dialoga:

Señor Jesús, gracias por permitirme estar cerca de ti y disfrutar de la paz de tu presencia. Permíteme que este encuentro me transforme en un mejor discípulo y que al bajar de la montaña pueda transmitir esa paz y amor a las personas que me rodean.

Concéntrate:

Repite varias veces durante el día: «Señor, que tu presencia me transforme»

Recalculando:

Para recalcular tu vida en dirección al Evangelio, sería bueno que pudieras encontrar en tu grupo religioso cuáles son los momentos importantes, como un taller, un retiro, un concierto o alguna actividad que pueda salir de la rutina y que sea interesante para invitar a algún conocido tuyo, puede ser de los estudios, del deporte o del trabajo. Esto hará que también puedas mostrarte como evangelizador y llevar a otros a conocer el mensaje de Jesús.

Texto del Evangelio de hoy: San Marcos 9:2-10

Seis días después, Jesús llevó a Pedro, a Santiago y a Juan hasta un cerro alto, para estar solos. Frente a ellos, Jesús se transformó: su ropa se puso tan blanca y brillante, como jamás aquí en la tierra podría blanquearse. Luego, los tres discípulos vieron aparecer al profeta Elías y a Moisés conversando con Jesús.

Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Vamos a hacer tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra más para Elías.»

Los discípulos estaban muy asustados, y Pedro se puso a hablar sin pensar en lo que decía.

De pronto bajó una nube y se detuvo sobre ellos. Desde la nube se oyó una voz que decía: «Éste es mi Hijo, yo lo amo mucho. Ustedes deben obedecerlo.»

Enseguida, miraron a su alrededor y ya no había nadie con ellos. Sólo estaba Jesús.

Mientras bajaban del cerro, Jesús les ordenó que no le contaran a nadie lo que habían visto hasta que él, el Hijo del hombre, resucitara. Pedro, Santiago y Juan guardaron el secreto, pero se preguntaban qué significaba aquello de resucitar.

Texto bíblico: Traducción en lenguaje actual  ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2002, 2004.