Washington, D.C., es la capital de los Estados Unidos, pero por población no la más grande del país. Hay 21 ciudades en el país con una población mayor que ella. No es por su tamaño, o por el comercio, o por su diversidad, o por su cultura que Washington es importante, sino por ser la sede del poder y por su historia. Washington ocupa un lugar predominante en la fábrica de la nación. Su población es 658,893. Su residencia más conocida, la Casa Blanca; su residente más conocido, el Presidente de los Estados Unidos.

La cantidad de personas que viven en Washington es casi igual a la cantidad de bebés que no tuvieron la oportunidad de nacer en el año 2015, según la última estadística de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). Eso nos hace recordar lo que es importante el valor de cada vida humana, reconociendo que la vida es un regalo de Dios mismo.

No es por comentario político, sino por preocupación por todos los hijos de Dios, observamos lo que las Sagradas Escrituras nos dicen en cuanto al valor de la vida.

En Génesis 25 vemos que una mujer experimentó un embarazo difícil, hasta muy inconveniente, pero Dios tuvo un plan con el cual quería su participación y el nacimiento de sus bebés.

Isaac tenía cuarenta años cuando se casó con Rebeca … Rebeca no podía tener hijos, así que Isaac le rogó al Señor por ella. Y el Señor oyó su oración y Rebeca quedó embarazada. Pero como los mellizos se peleaban dentro de su vientre, ella pensó: «Si esto va a ser así, ¿para qué seguir viviendo?» Entonces fue a consultar el caso con el Señor, y él le contestó:
«En tu vientre hay dos naciones,
dos pueblos que están en lucha
desde antes de nacer.
Uno será más fuerte que el otro,
y el mayor estará sujeto al menor.»
Llegó al fin el día en que Rebeca tenía que dar a luz, y tuvo mellizos (Esaú y Jacob) (Génesis 25:20-24).

Reconocemos el nombre de Jeremías como uno de los grandes profetas en la historia de Israel. ¿Tú sabes cuándo Jeremías recibió su llamado de Dios para ser profeta?

El Señor se dirigió a mí, y me dijo:
«Antes de darte la vida, ya te había yo escogido;
antes de que nacieras, ya te había yo apartado;
te había destinado a ser profeta de las naciones» (Jeremías 1:4-5).

En el mes de diciembre nos enfocamos mucho en el encuentro entre dos mujeres, que son parientes, una joven y la otra anciana, María e Isabel. Pero no solo era un encuentro de dos, ¡sino de cuatro!

Por aquellos días, María se fue de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se le estremeció en el vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo:

—¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo, para venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se estremeció de alegría en mi vientre (Lucas 1:39-44).

Esaú, Jacob, Jeremías, Juan el Bautista y Jesús, cinco bebés en el vientre de sus madres. Dios los llamó antes de su nacimiento. Él tiene un propósito para cada una de sus criaturas. Separa un tiempo hoy para orar por todos los niños no nacidos.