Reflexiona:

«Yo he venido para encender fuego en el mundo. ¡Y cómo me gustaría que ya estuviera ardiendo!»

Piensa:

Un discípulo se acerca a su maestro, un reconocido sabio, y le dice: Maestro, llevo mucho tiempo meditando y siento que mi vida no ha cambiado.

El maestro le dijo: ¿Has visto cómo el sol se levanta cada mañana y desvanece el rocío de las flores? –Sí, maestro. –¿Has visto como el sol avanza por el cielo hasta alcanzar el zenit y transforma con su calor la vida de los árboles? –Sí, maestro. –¿Y has visto como el sol se tiñe de rojo y lentamente se oculta en el horizonte? –Sí, maestro.

–Pues ese es tu problema, te la pasas todo el día embobado viendo el cielo y no haces nada para mejorar tu vida.

Vivimos en un mundo donde queremos que todo sea sencillo y rápido, no es raro que los productos más populares sean los que se anuncian con un: «hágalo sin esfuerzo», «ahorre tiempo y energía», «logre resultados inmediatos», las famosas «fast food» y cosas por el estilo.

Y con la vida espiritual muchas veces nos pasa igual, pensamos que «estar cerca de Dios» es como vivir en medio de las nubes, alejados del sufrimiento y el esfuerzo; aspiramos a una vida perfecta sin preocupaciones y trabajo.

Por eso hoy Jesús nos sacude y nos recuerda que su palabra es como ese fuego apasionado que arde en el corazón y va arrasando con todo a su paso, para transformarlo, para convertirlo en una nueva versión de sí mismo.

Hoy Jesús nos presenta el amor de Dios, con un lenguaje contradictorio, no se trata de escucharlo para «sentir bonito», sino que nos habla y su palabra enciende en nosotros esa división entre quiénes somos y quiénes debemos ser, separa nuestro pasado y nos prepara para un nuevo presente y futuro; nos invita a llevar ese fuego a nuestro entorno, a nuestra familia, nuestro grupo de amigos, nuestra comunidad.

Ahí a donde vayamos seamos ese punto de quiebre que provoque un cambio de actitud en nosotros y en las personas que nos rodean. ¡Hagamos lío! Iniciemos esa llamarada que se convierta en un fuego que transforma la arena en cristal transparente, el mismo fuego que refina el oro y lo vuelve puro.

El Evangelio de hoy nos invita a dejarnos arrasar por ese fuego para que se descubra nuestro verdadero ser, y una vez transformados, podamos pasar el fuego a otros. Es momento de dejar de ser observadores del mundo y convertirnos en transformadores del mundo. ¿Te atreves?

Dialoga:

Señor Jesús, gracias por llamarme a ser tu discípulo y por la llama de la fe que me fue otorgada el día de mi bautismo. Te pido que me ayudes a vivar ese fuego para convertirlo en una llamarada transformadora que saque a relucir los dones que me has dado. Permíteme ser un conducto para que otros se contagien de este fuego y que transformados en mejores cristianos caminemos juntos hacia ti.

Concéntrate:

Repite varias veces durante el día: «Señor, aviva el fuego de la fe en mí»

Recalculando:

Es muy fácil hoy revisar si en tus actividades cotidianas, hay al menos alguna de ellas que esté relacionada con el servicio sencillo, humilde a alguien que verdaderamente necesita mi presencia. No se trata solamente de apoyar económicamente obras de beneficencia, eso es bueno. Hoy debes entender que tu tiempo es lo más importante. Revisa cuánto tiempo dedicas con ese fuego de la fe a servir, y ponlo en tu calendario o agenda. Si no lo haces, solo será una ilusión que se esfuma. El bien debe ser medible por ti para que entiendas en tu corazón que estás recalculando tu camino al Señor.

Texto del Evangelio de hoy: San Lucas 12:49-53

«Yo he venido para encender fuego en el mundo. ¡Y cómo me gustaría que ya estuviera ardiendo! Pero primero tengo que pasar por una prueba muy difícil, y sufro mucho hasta que llegue ese momento. ¿Creen ustedes que vine para establecer la paz en este mundo? ¡No! Yo no vine a eso. Vine a causar división. En una familia de cinco, tres estarán en contra de los otros dos. El padre y el hijo se pelearán, la madre y la hija harán lo mismo, y la suegra y la nuera serán enemigas.»

Texto bíblico: Traducción en lenguaje actual  ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2002, 2004.