Cuando fui reclamada por mi hijo quien ya vivía en los Estados Unidos desde hacía varios años, enfrenté situaciones inquietantes porque en mi país de origen (Cuba) todo trámite es complicado y el gobierno cubano pone trabas a cualquier gestión migratoria. Llegué a desesperarme porque lo último que me quedaba por hacer era conseguir la entrevista con el cónsul americano, pero esto era tan difícil como alcanzar una estrella.
«…porque nada hay imposible para Dios» (Lucas 1:37)
Me olvidé de Dios pues en mi error, confiaba en mí. Ni siquiera tenía el número telefónico de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos. ¿Cómo iba a lograr un turno para la entrevista? ¿Quién me podría ayudar? En ese momento solo contaba con mis propias fuerzas. Ese es uno de los grandes errores del ser humano, confiar en sus propias fuerzas obviando el poder de Dios. Yo había olvidado que Dios dice en Mateo 11:28: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar».
En un estado de desesperación me dirigí en oración al Señor depositando mi carga y mi confianza en él. En la medida en que oraba me concentraba en mi petición hasta llegar a sentir como mi angustia daba paso a un estado de paz y de seguridad. «Oh, Señor, haz un milagro, tú puedes, solo tú tienes el poder porque para ti no hay nada imposible.» Su presencia era como un halo protector.
«Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá» (Lucas 11:9).
Recordé vagamente en medio de mis oraciones, una libreta de anotaciones donde once años atrás mi hijo tenía anotados teléfonos de la Embajada americana, mas, ¿dónde podría estar ahora? Hacia once años que ya mi hijo se había marchado del país y yo nunca había vuelto a ver el cuadernillo aquel. Posiblemente ni existía ya. Sin embargo, una especie de seguridad acompañaba mi búsqueda pues yo había orado con fe al Señor.
Comencé a hurgar en las gavetas y en los muebles y de pronto de uno de ellos cayó al piso una vieja libreta azul. Afanosamente busque números telefónicos, ya estos habían cambiado, pero supuse que anteponiendo el nuevo código podría darme la clave de lo que buscaba. Marqué un número con gran expectativa, que me pareció podría ser. Esperé. Sonó varias veces. No podía dar crédito, una cálida y educada voz me habló en inglés:
“Office of Interests of the United States in Cuba. How may I help you?”
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me tiré de rodillas al piso en un llanto de agradecimiento profundo. Su respuesta estaba ahí, ante mis ojos. ¿Cómo pude dudar de su promesa?
«…porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios» (2 Corintios 1:20).
La seguridad de la Palabra de Dios es un testimonio cotidiano en nuestras vidas. El estudio diario de su Palabra y el deseo de agradarle por medio de una obediencia absoluta a su verdad harán posible que nuestra fe aumente, así como las respuestas a todo lo que le pedimos con amor.
«Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6).
Nunca más he dudado que la fe es una convicción inquebrantable en Dios.