Evangelio de hoy: San Lucas 10:25–37
Reflexiona:
Jesús dijo: –Anda y haz tú lo mismo.
Piensa:
Hay una frase interesante que reza: «El mundo cambia con nuestras acciones, no con nuestros planes». Esto es lo que nos recuerda el Evangelio de hoy, de poco o casi nada sirven nuestras «buenas intenciones», si no tomamos acción y las convertimos en hechos. Es muy fácil postear en Facebook o darle «like» en change.org a una buena causa para «apoyar», pero es mucho más efectivo mirar a nuestro alrededor y hacer algo concreto por las personas que están a nuestro lado y que están sufriendo.
Otro punto muy importante del texto es el desinterés a la hora de ayudar: «haz el bien sin mirar a quién». No es necesario que alguien sea tu amigo o tu familiar para que te preocupes por sus necesidades. Hoy el Evangelio nos invita a ayudar a toda persona que lo necesite.
Dialoga:
Señor Jesús, la vida a veces me satura de noticias y actividades que me alejan de la convivencia con las personas que están a mi alrededor. Olvido prestar mis manos para apoyar a quien sufre. Hoy te quiero pedir que me ayudes a estar atento para saber reconocer las necesidades de los demás y de este modo poder ayudarles de corazón.
Concéntrate:
Repite varias veces durante el día: «Hacer el bien, sin mirar a quién»
Recalculando:
Imagina que tu vida es como una computadora con muchos programas instalados. Tiene la capacidad de hacer muchas cosas, pero nada sucederá si no presionas el botón de encendido y ejecutas esos programas para algo productivo. ¿Qué acciones concretas puedes realizar en tu comunidad para ayudar a la gente necesitada? Quizá hay cerca un comedor que necesite ayudantes, o una casa de ancianos a los que puedes visitar. También fíjate en tu colegio, siempre hay personas que necesitan un amigo, un compañero de estudios. Plantéate una tarea y llévala a la práctica.
Texto del Evangelio de hoy:
Un maestro de la Ley se acercó para ver si Jesús podía responder a una pregunta difícil, y le dijo:
—Maestro, ¿qué debo hacer para tener la vida eterna?
Jesús le respondió:
—¿Sabes lo que dicen los libros de la Ley?
El maestro de la Ley respondió:
—“Ama a tu Dios con todo lo que piensas, con todo lo que vales y con todo lo que eres, y cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo.”
—¡Muy bien! —respondió Jesús—. Haz todo eso y tendrás la vida eterna.
Pero el maestro de la Ley no quedó satisfecho con la respuesta de Jesús, así que insistió:
—¿Y quién es mi prójimo?
Entonces Jesús le puso este ejemplo:
«Un día, un hombre iba de Jerusalén a Jericó. En el camino lo asaltaron unos ladrones y, después de golpearlo, le robaron todo lo que llevaba y lo dejaron medio muerto.
»Por casualidad, por el mismo camino pasaba un sacerdote judío. Al ver a aquel hombre, el sacerdote se hizo a un lado y siguió su camino. Luego pasó por ese lugar otro judío, que ayudaba en el culto del templo; cuando este otro vio al hombre, se hizo a un lado y siguió su camino.
»Pero también pasó por allí un extranjero, de la región de Samaria, y al ver a aquel hombre tirado en el suelo, le tuvo compasión. Se acercó, sanó sus heridas con vino y aceite, y le puso vendas. Lo subió sobre su burro, lo llevó a un pequeño hotel y allí lo cuidó.
»Al día siguiente, el extranjero le dio dinero al encargado de la posada y le dijo: “Cuídeme bien a este hombre. Si el dinero que le dejo no alcanza para todos los gastos, a mi regreso yo le pagaré lo que falte.”»
Jesús terminó el relato y le dijo al maestro de la Ley:
—A ver, dime. De los tres hombres que pasaron por el camino, ¿cuál fue el prójimo del que fue maltratado por los ladrones?
—El que se preocupó por él y lo cuidó —contestó el maestro de la Ley.
Jesús entonces le dijo:
—Anda y haz tú lo mismo.
Texto bíblico: Traducción en lenguaje actual ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2002, 2004.