Reflexiona:
«Yo les he dado el ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo.»
Piensa:
Qué fácil es tratar bien a quienes nos agradan, y aun con las personas más cercanas a veces tenemos diferencias. Jesús en repetidas ocasiones había mencionado que para ser grande hay que saber hacerse pequeño, y para ser importante debemos ser servidores de todos. Y aquí, en los últimos instantes que comparte con sus discípulos no solo lo repite, sino que pone el ejemplo.
Al momento de lavar los pies de sus discípulos estaban todos presentes, incluso Judas, que difícil situación, que temple y amor infinito tiene por todos. ¿Te imaginas como fue ese momento de demostrarle amor a quien en un momento más lo entregaría a sus enemigos?
Ese es el mandamiento más grande que nos ha dejado, el amor. Amar no es solo corresponder a quien nos trata bien, sino saber entregar todo, incluso por las personas que no nos agradan, o que nos ofenden. No debemos hacer diferencias, como dice el refrán: «haz el bien, sin mirar a quien».
En este Jueves Santo, que recordamos la última cena, pidamos al Dios que nos ayude a tener su mismo temple para poder amar plenamente a todas las personas que nos rodean.
Dialoga:
Señor Jesús, que con amor infinito me cuidas y me perdonas, ayúdame a saber dar ese mismo amor a todos mis hermanos, que sepa amar a los demás como tú me amas, sin esperar nada a cambio, más que el consuelo de poder disfrutar de tu presencia algún día.
Concéntrate:
Repite varias veces durante el día: «Señor, enséñame a amarte»
Recalculando:
Hoy es un día especial para servir. No dejes pasar esta oportunidad que Dios te da, el poder servir a aquellos que lo necesitan. Puede ser alguien que espera una ayuda y tú eres el portador de esa bendición para esa persona. La vida religiosa se transforma en una acción permanente de servicio a los demás. No vayas a descansar hoy, si no tienes buenas acciones realizadas. Verás que esta idea será la que ocupe en tu vida un lugar indispensable.
Texto del Evangelio de hoy: San Juan 13:1-15
Faltaba muy poco para que empezara la fiesta de la Pascua, y Jesús sabía que se acercaba el momento en que dejaría este mundo para ir a reunirse con Dios, su Padre. Él siempre había amado a sus seguidores que estaban en el mundo, y los amó de la misma manera hasta el fin.
Aun antes de empezar la cena, el diablo ya había hecho que Judas hijo de Simón, el Iscariote, se decidiera a traicionar a Jesús.
Dios había enviado a Jesús, y Jesús lo sabía; y también sabía que regresaría para estar con Dios, pues Dios era su Padre y le había dado todo el poder. Por eso, mientras estaban cenando, Jesús se levantó de la mesa, se quitó su manto y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en una palangana, y comenzó a enjuagar los pies de sus discípulos y a secárselos con la toalla.
Cuando le tocó el turno a Pedro, éste le dijo a Jesús:
—Señor, no creo que tú debas lavarme los pies.
Jesús le respondió:
—Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero después lo entenderás.
Pedro le dijo:
—¡Nunca dejaré que me laves los pies!
Jesús le contestó:
—Si no te lavo los pies, ya no podrás ser mi seguidor.
Simón Pedro dijo:
—¡Señor, entonces no me laves solamente los pies, sino lávame también las manos y la cabeza!
< Jesús le dijo:
—El que está recién bañado está totalmente limpio, y no necesita lavarse más que los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos.
Jesús ya sabía quién iba a traicionarlo; por eso dijo que no todos estaban limpios.
Después de lavarles los pies, Jesús se puso otra vez el manto y volvió a sentarse a la mesa. Les preguntó:
«¿Entienden ustedes lo que acabo de hacer? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque soy Maestro y Señor. Pues si yo, su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado el ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo.
Texto bíblico: Traducción en lenguaje actual ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2002, 2004.