¿Cuándo fue la última vez que experimentaste la paz del silencio? Y no me refiero a tu sueño sino a un tiempo sin distracción, sin televisión, sin música, sin conversación, sin internet, sin nada. Tal vez fue en un paseo por la naturaleza: en el bosque, en la costa, en la montaña o aun en tu cuarto interior sin la bulla, la distracción y el estímulo del mundo exterior.
El silencio es tan poco común que a veces nos asusta y nos incomoda porque nos permite pensar en cosas en que preferimos no pensar. Por eso no es sorprendente que muchas personas siempre tengan ruido en su mundo a propósito, porque es una forma de protegerse de sí mismos.
Toma una prueba: ¿qué es lo primero que haces al subir a tu auto? ¿o al sentarte en tu casa al llegar del trabajo o de las clases? Si tu respuesta es prender la radio o poner música en tu móvil, es posible que el silencio te haga sentir incómodo.
María Faustina Kowalska, la religiosa polaca del siglo XX, ahora canonizada por la Iglesia Católica, dijo, «Un alma que nunca ha probado la dulzura del silencio interior es un espíritu inquieto que perturba el silencio de los demás.» ¿Conoces alguien así? ¿o es a ti a quien le molesta el silencio y perturbas a los demás?
El silencio no solo es la falta de ruido sino una disposición para tranquilizarte, un modo de parar de detener el ruido exterior apagando toda interrupción con el propósito de escuchar a Dios.
«Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios» (Salmos 46:10).
El Señor, el Dios Santo de Israel, dice: «Vuelvan, quédense tranquilos y estarán a salvo.
En la tranquilidad y la confianza estará su fuerza» (Isaías 30:15).
Si no estás acostumbrado al silencio esto te puede hacer sentir bastante raro. No sabes qué hacer sin el estímulo sonoro. Por eso te recomiendo desarrollar pequeños pasos que te ayudarán a lograr el silencio que necesitas para escuchar a Dios; son los siguientes: esta noche o mañana en la mañana, separa cinco minutos con los ojos y la boca cerrados y oídos atentos. Antes de comenzar, eleva una oración a Dios diciéndole, «Dios, me quedo quieto, quiero reconocer que tú eres Dios» y permite que Dios haga lo que deba hacer. Poco a poco querrás extender el tiempo de espera en silencio.