Llegar a la mayoría de edad —al menos en nuestra familia— significa ganar el derecho de ver El mago de Oz (¿No se requiere cierto grado de madurez para enfrentar a esos monos malvados?). La adaptación cinematográfica de la novela de L. Frank Baum es una historia clásica sobre la búsqueda del hogar. Dorothy y su perro Toto siguen el camino de ladrillos amarillos hacia la ciudad Esmeralda, donde cuentan con el Mago de Oz para que los ayude a encontrar su camino de vuelta a Kansas.
Algunos estudiosos nos dicen que toda la literatura puede ser reducida a este argumento esencial: Hemos perdido el hogar, y los hombres y las mujeres van en su búsqueda. La trama de una de las historias más antiguas de la literatura occidental —el poema épico de Homero, La odisea— es la búsqueda del hogar. El tema de la travesía o búsqueda está en el centro de la querida trilogía de J. R. R. Tolkien, El señor de los anillos. Aun el novelista contemporáneo Michael Chabon describe el dolor de la conexión perdida que subyace en todas sus novelas: «La nostalgia es una emoción válida, honorable, antigua… Siempre he sentido un tipo de falta, de añoranza, una sensación de haber perdido algo». Ser humano es anhelar estar en casa.
Nuestro hogar en la creación
La Biblia, por supuesto, nos dice por qué. En el principio, la humanidad tenía un hogar. Como leemos en Génesis 1, Dios obró seis días para crear un mundo adecuado para los huéspedes humanos. Cuando la cortina cierra en cada uno de esos días, Dios elogia su obra como «buena». Excepto en una ocasión. Cuando el cielo es formado, Dios evita el elogio. Podríamos preguntar ¿por qué el cielo no era bueno de la misma manera como los otros elementos de la creación?
Una teoría es que el cielo, a diferencia del sol y la tierra seca, la luna y los peces, no contribuyó a la habitabilidad. En otras palabras, cuando Dios llama a la creación «buena», no quiere decir hermosa únicamente. Dios quiere decir hogareña. Esto es decir que la obra creadora de Dios en Génesis 1 y 2 está motivada por la hospitalidad. Dios está buscando nuestra compañía. Y esta es exactamente la conmoción cósmica de las narrativas de la creación en Génesis, especialmente cuando son comparadas con otros relatos antiguos de creación. El amor —no la violencia— es lo que palpita en el corazón del universo.
El hogar de Dios en la creación
Pero el primer hogar de la humanidad, tan maravillosamente habitable como Dios lo hizo, fue diseñado como algo más que un lugar donde pudiéramos vivir felices para siempre entre nosotros. El relato de la creación del Génesis termina con el descanso de Dios, y el descanso es una actividad que, en otros textos antiguos, siempre tiene lugar en el templo de la deidad. ¿Podría ser la creación el templo de Dios? Dios obra seis días y descansa en el séptimo día —no debido a que, como nosotros, Dios tiene un cuerpo que está fatigado por el trabajo. No. Dios descansa para expresar la entronización de Dios en la creación. El descanso de Dios señala el legítimo gobierno de Dios. Desde este punto de vista, el mundo no es simplemente un hogar para la humanidad: también es un hogar para Dios.
La pérdida del hogar
Trágicamente, la mayor parte de la Escritura no da testimonio de un hogar de felicidad perpetua —porque Génesis 3 introduce un tema con el que toda la humanidad ha estado dolorosamente familiarizada: el exilio. Adán y Eva son echados del jardín. Este exilio no es solo geográfico; nuestros padres humanos no solo perdieron un lugar. También perdieron el acceso inmediato a Dios: fueron desterrados de la presencia de Dios —y, como todos los seres humanos desde entonces, estamos en la búsqueda del hogar. De esta manera, la historia de la Escritura explica no solo nuestro profundo y visceral anhelo por un hogar, sino nuestra dolorosa sensación de desplazamiento y alienación.
El hogar como lugar y presencia
Comprender esta dimensión dual del hogar (hogar como lugar, y hogar como presencia) nos ayuda a evitar dos malentendidos comunes. Primero, cuando nos inclinamos a leer versículos como «Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra» (Colosenses 3:2) como que dicen que no debemos preocuparnos del mundo material, haríamos bien en recordar que la historia temporal no termina con la eliminación de la creación, sino con la redención. El mundo material no es eliminado al final de los tiempos. Es renovado. La nueva Jerusalén vendrá desde el cielo y tendremos, una vez más, un hogar tan glorioso y perfecto (Apocalipsis 21:1-5). Por otro lado, no solo tendremos un hogar como un lugar material de habitación. Fundamentalmente, el hogar será un lugar para estar con Dios. En otras palabras, un hogar nunca será un hogar a menos que Dios esté ahí también.
Dorothy tenía razón sobre esto: de acuerdo a las Escrituras, sin duda, ¡no hay nada como el hogar!