¿Le tienes miedo a la oscuridad?

Confieso que le tengo miedo a la oscuridad. Especialmente cuando está muy oscuro, quiero decir realmente oscuro, como el tono negro. Solía vivir en la ciudad de Nueva York y experimenté el apagón de 2003, cuando todo el suministro de energía fue cortado durante más de 24 horas. Estaba oscuro, pero no tan oscuro. La gente tenía linternas y velas. Viví también la supertormenta Sandy, nuevamente en Nueva York, y partes enteras de esa ciudad estaban en la oscuridad, pero desde esa perspectiva se podían ver otras partes de la ciudad que aún tenían la suerte de tener electricidad.

Experimenté una verdadera oscuridad al crecer en la selva, en Surinam, Sudamérica, y más recientemente en un retiro en las montañas Azules de Pensilvania. Estaba tan oscuro, la luna no brillaba, ni había estrellas visibles, y estaba seguro de que, si salía a esa oscuridad, no viviría para contarlo. ¡Nunca se sabe de los animales silvestres de Pensilvania!

Otro tipo de oscuridad

Esta mañana, en mi tiempo devocional, reflexioné sobre el desafío de vivir como «de la luz» en un mundo oscuro —una oscuridad espiritual (1 Tesalonicenses 5:5). No podemos ser de la luz a menos que estemos conectados con el que es la «luz del mundo» (Juan 8:12). Incluso mantener nuestra conexión diaria con Jesús a través de la oración y el tiempo en su Palabra no garantiza que no seremos abrumados por la oscuridad que nos rodea. ¡Pero ciertamente ayuda!

Algunos días, los zarcillos de la oscuridad con forma de Velcro se agarran y se aferran a nuestros espíritus con la intención de ahogar las floraciones nacientes de la esperanza que se nos ofrece a través de la presencia gloriosa de Cristo.

La Transfiguración del Jesús

Los discípulos de Jesús estaban experimentando su propia versión de confusión y desesperación cuando los acontecimientos de la vida de su Señor los lanzaban hacia su pasión. Después de la confesión de Pedro de que Jesús era el Mesías, el Hijo del Dios viviente, a los discípulos se les dice que Jesús no iría a Jerusalén para recibir una corona de oro enjoyada, sino una corona de espinas torcidas antes de ser clavado en una cruz. Este sería el primero de los tres anuncios de la muerte inminente de Jesús. Justo después de este anuncio, los tres discípulos en su círculo íntimo: Pedro, Santiago y Juan, acompañan a Jesús a la cima del Monte Tabor.

Tres de los Evangelios nos cuentan sobre el evento que ahora llamamos la Transfiguración del Señor. Mateo no fue un testigo ocular, ni Lucas tampoco, y el relato de Marcos sin duda provino de escuchar la predicación de Pedro, quien fue un testigo ocular. Además, tenemos dos referencias de este evento significativo que a veces se llama el «evento culminante» del ministerio público de Cristo de los testigos presentes. Juan, que estaba presente, escribe en su Evangelio: «Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad» (Juan 1:14). Veremos la de Pedro en seguida.

Creo que cuando el cuarteto llegó a la cima de la montaña estaba oscuro o oscureciendo. Eso hace que lo que sucedió en la Transfiguración sea aún más dramático. «Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su cara brillaba como el sol» (Mateo 17:2). Lucas dice, «el aspecto de su cara cambió» (9:29). Y «su ropa se volvió brillante y más blanca de lo que nadie podría dejarla por mucho que la lavara» (Marcos 9:3).

La enseñanza que les dimos sobre el poder y el regreso de nuestro Señor Jesucristo, no consistía en cuentos inventados ingeniosamente, pues con nuestros propios ojos vimos al Señor en su grandeza. Lo vimos cuando Dios el Padre le dio honor y gloria, cuando la voz de Dios le habló de aquella gloriosa manera: «Éste es mi Hijo amado, a quien he elegido.» Nosotros mismos oímos aquella voz que venía del cielo, pues estábamos con el Señor en el monte sagrado.

Esto hace más seguro el mensaje de los profetas, el cual con toda razón toman ustedes en cuenta. Pues ese mensaje es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el corazón.

2 Pedro 1:16-19

La deslumbrante luz de la Transfiguración declaró que Jesús no era un simple ser humano, sino que también era plenamente Dios, y que sus propósitos, planes y promesas de profecía no se descarrilarían incluso cuando atravesaban la cruel cruz del Calvario. Pedro nos dice: «con toda razón toman ustedes en cuenta (la Transfiguración). Pues ese mensaje es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el corazón» (2 Pedro 1:19).

Tú y yo estamos en un lugar oscuro. Nunca lo hemos visto tan oscuro. Podemos consolarnos con estas palabras de parte de Pedro, quien, aunque su vida terminaría pronto, nunca perdió de vista su mandato de dar esperanza a los creyentes y a los que están tropezando en la oscuridad. ¿Qué es lo que él quiere que recordemos? Que la Transfiguración revela quién fue, es y será siempre Jesús: ¡Dios con nosotros! Jesús es la lámpara que brilla en un lugar oscuro. Jesús es el nuevo día. Jesús es la estrella de la mañana que se levanta en nuestros corazones. No importa lo que venga, la esperanza es eterna, e incluso en el día más oscuro, esa esperanza es muy segura.